El Bautismo de Jesús (B) (7 enero 2018)

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Jesús avanza decidido entre el grupo de peregrinos que viene de Galilea; se coloca ante Juan que lo reconoce, y comienza un breve diálogo. Jesús ha llegado al Jordán para ser bautizado por Juan. Pero éste se resiste diciendo: "Soy yo quien necesita ser bautizado por ti, ¿cómo vienes tú a mí?"

El Bautista dirá más tarde que no le conocía. No le conocía como Mesías y portador del bautismo de fuego y del Espíritu Santo, pero le conoce como pariente, al menos de oídas, por las palabras de su madre Isabel y de su padre Zacarías. Sabe que Jesús es justo, que no hay pecado en Él, que reza, que ama a Dios, que ama a su padres. Quizá sabe más cosas, pero no lo sabe todo, pues el silencio de la vida oculta se extiende tanto a los cercanos en los lazos de sangre, como en los espirituales. Respondiendo Jesús le dijo: "Déjame ahora; así es como debemos nosotros cumplir toda justicia. Entonces Juan se lo permitió".

Y cumple Jesús toda justicia. Desciende a las aguas ante Juan. En aquellos momentos el inocente de todo pecado asume todos los pecados de los hombres. Los pecados de los hombres caen sobre sus espaldas, y los asume haciéndose pecado, como si fuesen suyos, sin serlo. Esta decisión libre le costará sangre y sudor, amor difícil, amor total que llegará a estar crucificado.

Al salir Jesús del agua sucede el gran acontecimiento: Dios se manifiesta. "Inmediatamente después de ser bautizado, Jesús salió del agua; y he aquí que se le abrieron los Cielos, y vio al Espíritu de Dios que descendía en forma de paloma y venía sobre él. Y una voz del Cielo que decía: Este es mi Hijo, el amado, en quien me he complacido"

La voz es la del Padre. El Hijo es el Amado, igual al Padre según su divinidad. Es tan Hijo que es consustancial con el Padre. El Padre se complace en ese hombre que le ama con amor total y mira a los demás hombres saliendo del pecado, y les ama en el Hijo.

La paloma simboliza el Espíritu. Jesús es ungido por el Espíritu. En el momento de recibir el bautismo, el Espíritu desciende sobre Jesús, que, junto con la voz del Padre que entonces se escucha, es signo de la misión que recibe, de la que no quiere sustraerse, y de una investidura que lo acredita ante todos como el Hijo de Dios. Por eso "Jesús lleno del Espíritu Santo, regresó del Jordán, y fue conducido por el Espíritu al desierto".

Con el bautismo, Jesús expresó en  su vida su adhesión plena a la voluntad del Padre en cuyas manos ponía todas las cosas (Mt 4,15); se convirtió en imagen del cordero que toma sobre sí los pecados, Ya que solamente así pueden ser destruidos (Jn 1,29); sumergió su existencia terrena dentro de dos bautismos: el recibido en el agua y el que él mismo realizó en la muerte, cuando de su costado salió «sangre y agua»..

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