IV Domingo de Adviento (B) (24 diciembre 2017)

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anunciacion

(San Lucas 1, 26-37)

Estamos ya a las puertas de la Navidad. La Iglesia nos presenta en el evangelio de hoy el episodio de la Anunciación a la Virgen María de que iba a ser la Madre de Dios. Es, quizás, el momento clave más importante de la historia del hombre; cuando el Hijo (segunda Persona de la Santísima Trinidad) se encarna en el seno de una mujer virgen, adquiriendo de ese modo una perfecta naturaleza humana. Desde ese momento, y ya para toda la eternidad, la segunda Persona de la Santísima Trinidad, será Dios y Hombre.

El hecho de que el Hijo se hiciera hombre, no sólo le abrió al hombre las puertas del cielo, a través de su muerte y resurrección, sino que también le enseñó al hombre a amar a Dios; se constituyó para todos nosotros en modelo y ejemplo (Jn 13, 15, Jn 11, 25-26); y es desde entonces camino, verdad y vida (Jn 14,6) , y el único camino para llegar al Padre (1 Jn 2, 22-23).

Así pues, la Encarnación del Hijo de Dios en el seno de María es el comienzo de una nueva vida, es la posibilidad para el hombre de ponerse de nuevo en paz con Dios, es en el fondo la causa principal de alegría para un cristiano. Dios ya no está lejos de nosotros, desde ese momento, Dios ya está con nosotros.

El evangelio de la Encarnación del Hijo de Dios es el preludio de su Nacimiento. Es el comienzo de la alegría del cristiano. Es en definitiva, el triunfo del poder de Dios sobre el demonio; y con él, el triunfo del hombre.

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