Cuentos con moraleja: "Las tres posibles respuestas de Dios a nuestras oraciones"

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Esta historia nos sitúa en una ciudad de New Jersey llamada Manville a principios de septiembre del año 1960.

Un buen día, por llamarlo de algún modo, desperté con seis bebés hambrientos y únicamente diez dólares en mi monedero. Su padre se acababa de ir de casa para siempre, porque según él, ya no aguantaba más. El mayor de los niños sólo tenía ocho años. Para mí, cada uno de ellos era una bendición de Dios y una prueba de cuánto confiaba en que los podríamos sacar adelante; no obstante, la poca colaboración de mi marido lo hacía todo más difícil.

A decir verdad, el papá nunca había sido más que una presencia en casa que ellos temían. Cuando oían que llegaba del trabajo, corrían a esconderse debajo de sus camas. Lo que sí hacía era pagar las facturas y dejarme 25 dólares por semana para comprar la comida que, aunque no era mucho, era mejor que nada. Ahora que había decidido marcharse, ya no habría más palizas, pero comida tampoco. Si había algún tipo de ayuda social para estos casos, yo nunca lo supe.

Esa misma mañana, bañé a mis hijos, les puse la mejor ropa que tenían, los subí a la vieja furgoneta y me fui en busca de trabajo. Los siete fuimos a todas las fábricas, tiendas y restaurantes que había en nuestro pequeño pueblo. Mientras que yo intentaba convencer a alguien que estaba dispuesta a trabajar duro, los niños se quedaban en el coche e intentaban mantenerse callados. Nos pasamos toda la mañana buscando, pero no tuvimos suerte alguna.

 El último lugar al que fuimos, era un bar-restaurante llamado The Big Wheel (La Gran Rueda) que se encontraba en la misma carretera que va de Somerville a Manville, a unas diez millas de casa.

Cuando llegamos, la dueña, una señora mayor, se asomó por una de las ventanas del restaurante y vio mi furgoneta cargada de niños pequeños. Entré al restaurante sola y fui a donde ella se encontraba. Dirigiéndose a mí, me preguntó si todos esos niños eran míos y cuál era mi situación. Después de hablar con ella un buen rato me dijo que le daba mucha pena, pero que no me podía ofrecer trabajo durante el día. Lo único que le podía brindar era por la noche, pues el empleado que tenía se acababa de ir y necesitaba a alguien que se ocupara del local desde las 11 de la noche hasta las 7 de la mañana. La paga era de dos dólares por hora, y si lo deseaba, podría empezar esa misma noche.

Aunque no era lo mejor, al menos era una solución temporal. Por otro lado, este trabajo me permitiría estar durante el día con mis niños. Lo único que me hacía falta era encontrar a alguien que se ocupara de ellos por la noche.

Me fui apresuradamente a casa y llamé a una niñera convenciéndola de venir a cuidar por la noche a los niños y dormir en casa. Le pagaría cinco dólares por noche. Esto le pareció un buen trato y aceptó.

Esa misma noche, poco después de las nueve, mandé a los niños a la cama; no sin antes arrodillarnos para dar gracias a Dios y hacer nuestras oraciones. Todos le dimos gracias a Dios por haberle conseguido trabajo mamá.

Al día siguiente, poco después de las siete y media de la mañana, estaba de vuelta en casa. Desperté a la niñera y la envié a su casa con los cinco dólares que habíamos acordado.

Así pasó el primer mes. Aunque ya entraba algo de dinero en casa, había bastantes deudas pendientes. Tenía que pagar el fuel para la calefacción, algunas facturas atrasadas del supermercado; y por si faltaba algo, tuve que llevar a revisión mi coche y me dijeron que debía cambiar las cubiertas de las cuatro ruedas.

Desde mediados de octubre la dueña me pidió si podía trabajar también los sábados. Así pues, estaba trabajando seis noches por semana en lugar de cinco y aun así no era suficiente.

Las semanas fueron pasando, aunque no en balde. El cansancio se iba acumulando ya que apenas si tenía tres horas de sueño al día. Cada nueva noche tenía que superar la tentación de tirar la toalla; pero la necesidad, el cariño a mis hijos y mi profunda fe, me siguieron dando las fuerzas que necesitaba.

Una triste mañana, al arrastrarme cansada hacia mi coche después de haber estado toda la noche trabajando, me encontré pegadas a él cuatro cubiertas nuevas. ¿Habrían bajado los ángeles del cielo?

Se acercaba la navidad y yo sabía que no habría dinero para comprar juguetes para los niños. Buscando en el sótano de la casa encontré un bote de pintura roja y algunos juguetes viejos que ya no usaban. Durante varios fines de semana los pinté y arreglé lo mejor que supe para que al menos tuvieran alguna sorpresa en la mañana de navidad.

La noche antes de navidad entraron al restaurante los clientes de siempre: principalmente camioneros de paso y policías que estaban de guardia. A ellos se solían sumar aquéllos que huían de sus casas y preferían irse al bar a hablar y tomarse algo hasta altas horas de la madrugada.

El día de navidad, cuando llegó la hora de volver a casa, corrí hacia el coche con el fin de llegar antes que los niños se despertaran. Quería que vieran los juguetes al pie del árbol nada más despertar. Todavía estaba oscuro y no se veía mucho en el aparcamiento del restaurante. Cuando me acerqué al coche noté que había varios bultos en los asientos. Mi vieja furgoneta estaba llena de cajas hasta arriba. Abrí una de las cajas y dentro me encontré pantalones desde la talla 1 hasta la talla 10; en otra había camisas y sweaters de diferentes tamaños. Encontré también varias cajas con dulces y frutas; y mucha comida en bolsas. También había artículos para el aseo personal y limpieza de la casa. Y en el portaequipajes había seis cajas envueltas en papel de regalo con juguetes para todas las edades.

Mientras conducía por la carretera vacía, vi salir el sol más inolvidable e increíble de mi vida. Lágrimas de gratitud comenzaron a salir de mis ojos.

Nunca olvidaré la alegría que manifestaba el rostro de mis pequeños. Sí, sí, hubo ángeles aquella mañana. Y todos ellos eran clientes de La Gran Rueda.

Yo creo que Dios siempre da una de estas tres respuestas a nuestras oraciones: “Sí”, “Todavía no” y “Yo he pensado en algo mejor para ti”.

Dios nunca me había fallado, pero ahora sentí más de cerca el amor tan grande que me tenía.

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